Si quieres escuchar en lugar de leer te dejo el video del audionote completo:

El comercial que incendió Twitter (perdón, X)

American Eagle lanzó un spot con la actriz Sydney Sweeney que parecía inofensivo: cámara lenta, un Mustang clásico de fondo y la rubia favorita de Hollywood diciendo que sus “genes” (sí, con G) determinaban su pelo, sus ojos azules y, obvio, lo bien que se le ven los jeans (con J). Juego de palabras básico, digno de secundaria bilingüe. Pero bastó para que explotara la bomba: acusaciones de racismo, supremacismo, “propaganda MAGA encubierta” y todo un debate sobre si la marca estaba coqueteando con discursos peligrosos.

Lo que pudo ser un comercial olvidado en dos scrolls se convirtió en la carnada perfecta para la jungla digital: trending topics, videos de reacción, hilos kilométricos y think pieces al vapor. Resultado: American Eagle ganó más visibilidad que con diez campañas normales juntas. La pregunta es: ¿de verdad hicieron mal o nos encanta escandalizarnos gratis?

 “Good genes” no nació en American Eagle

Antes de quemar los jeans en la hoguera, recordemos que la frase good genes lleva décadas en la cultura pop. Revistas como Allure o Women’s Health la usaron para hablar de la belleza de Naomi Campbell, Tyra Banks o Halle Berry. Incluso en 1989 se aplicó a la actriz negra Lena Horne, icono del Hollywood clásico. Nadie gritó “supremacismo” entonces.

Lo que sí cambió fue el contexto. Hoy vivimos en la era del pánico moral 24/7, donde cualquier guiño publicitario puede leerse como agenda oculta. Sydney Sweeney, con sus ojos azules, fue el blanco perfecto: para unos, encarnación del privilegio blanco; para otros, víctima de la hipersensibilidad progresista.

La ironía: la misma campaña pudo haber sido interpretada como body positive si la actriz fuera latina, negra o asiática. El problema no está solo en el spot, sino en la lupa polarizada con la que lo miramos.

Trump, MAGA y el fuego cruzado cultural

Si algo necesitaba el escándalo para volverse viral, era que Donald Trump lo apadrinara. Y, claro, lo hizo. En su red social Truth Social, el expresidente celebró el anuncio como si Sydney Sweeney hubiera lanzado el nuevo himno republicano. Automáticamente, la campaña dejó de ser solo publicidad y se convirtió en un tótem de la guerra cultural en EE. UU.De un lado, la izquierda acusando a American Eagle de supremacismo velado. Del otro, la derecha aplaudiendo a Sweeney como “anti-woke warrior”. El spot dejó de hablar de mezclilla para transformarse en un espejo de la sociedad polarizada: cada tribu interpretó lo que quería ver.

El movimiento recuerda a lo que pasó en los 80 con Calvin Klein y Brooke Shields, cuando sugerían que nada se interponía entre ella y sus jeans. Aquello fue escándalo sexual; hoy, el escándalo es racial. Los tiempos cambian, los jeans siguen siendo el campo de batalla.

Publicidad con doble filo: ¿inclusión o explotación?

Aquí viene la parte jugosa: ¿es racista vender jeans con un guiño de palabras sobre genes? ¿O simplemente es publicidad aprovechando el morbo?

La historia del marketing está llena de ejemplos étnicos: las marcas de coñac en EE. UU. se asociaron al hip hop y la comunidad afroamericana desde los 80. Fue inclusión, sí, pero también explotación calculada de un nicho rentable. ¿Se criticó? Poco. ¿Funcionó? Millones de botellas después, la respuesta es obvia.

American Eagle jugó otra carta: en lugar de dirigirse a un grupo marginado, puso en escena la fantasía rubia americana con un coche clásico. El problema es que eso, en tiempos de ICE, redadas antiinmigrantes y discursos nativistas, huele inevitablemente a supremacismo. Aunque la marca no lo haya planeado.

Lo fascinante es que la campaña estaba diseñada para ser ambigua. El comunicado oficial lo deja claro: “Great jeans look good on everyone.” Traducción: “interpreta lo que quieras, pero compra.” Y lo hicieron: las acciones de la empresa subieron 24% tras la polémica. El capitalismo siempre gana.

Abrir la conversación: lo que los jeans nos dicen de nosotros

El verdadero punto no es si American Eagle fue racista o no. El punto es cómo un comercial de mezclilla puede desatar un tsunami cultural. Nos revela que estamos tan fracturados que ya no discutimos publicidad: discutimos identidad, poder, miedo y pertenencia.Y aquí está la enseñanza para todos: la publicidad ya no es solo vender productos, es vender narrativas que chocan con nuestras ansiedades sociales. Si un spot puede dividir a un país en dos bandos, es porque toca fibras mucho más profundas que el algodón con el que está hecho el pantalón.

Lo incómodo es que tal vez necesitamos estos escándalos. Nos obligan a hablar de racismo, de estética, de inclusión, de manipulación publicitaria. Y aunque la conversación sea caótica, es mejor que callar. Porque al final, discutir un par de jeans puede ayudarnos a entendernos como sociedad, aunque sea entre gritos, memes y cancelaciones.

Si llegaste hasta aquí y te interesa este tema, es necesario que te diga que gran parte de este artículo —por no decir que casi todo— me lo robé de un analista de la cultura pop que admiro mucho y que me encantaría que conozcas, para que aprendas mucho más de lo que yo puedo sintetizar o tratar de explicarte: Nicolás Alvarado, quien en su video columna / podcast / vlog (o como quiera que le podamos llamar a su contenido) en “La pinche complejidad” analizó este tema con referencias culturales que nos hacen aprender desde la visión del pintor austríaco más famoso de la historia hasta la inocencia pop de los anuncios de jeans.

Te dejo aquí el link a su análisis completo para que le eches un vistazo.