Cuando El juego del calamar se estrenó, nadie apostaba por una historia coreana ultraviolenta sobre personas compitiendo hasta morir por dinero. Pero no solo fue vista: fue devorada. Y ahora, con la temporada 3 a punto de llegar, no podemos ignorar una verdad incómoda: nos encanta ver sobrevivir a la gente… si es desde una pantalla.

Pero ese éxito no es solo emocional. También es estratégico. Esta serie no solo impacta: vende. Y lo hace con una fórmula donde la crudeza, el diseño visual y el timing viral están perfectamente medidos.

El morbo nos atrapa… pero el marketing lo convierte en fenómeno

Sí, ver a alguien enfrentar su peor miedo genera adrenalina. Pero El juego del calamar hizo algo más inteligente: empaquetó el dolor en estética reconocible y replicable. Los trajes rojos, las máscaras geométricas, los símbolos minimalistas, los juegos infantiles reinterpretados… todo estaba pensado para que puedas reconocer la serie con solo una imagen.

Eso es branding. Y es brillante. Netflix no solo apostó por una buena historia: apostó por una identidad visual poderosa, replicable en disfraces, memes, challenges y merchandising. Ves algo de la serie y lo entiendes sin explicación. Eso es marketing emocional en su máxima expresión.

¿Por qué nos atrapa tanto? Porque nos habla de lo que vivimos

Más allá del espectáculo, la serie se conecta con algo que casi todos sentimos: la presión de sobrevivir en un sistema injusto. Deudas, trabajo precario, competencia constante, falta de opciones reales. El juego del calamar lo exagera… pero no tanto.

Y eso vende. Porque no estás viendo solo una ficción, estás viendo una metáfora cruda del mundo en el que vives. Eso no solo genera views: genera conversación, contenido y comunidad. Ingredientes clave para que cualquier serie explote en redes.

Cuando la estética se vuelve viral

El marketing de El juego del calamar no dependió de banners ni campañas tradicionales. Su fuerza estuvo en los fans. Los challenges de TikTok, las teorías en YouTube, los disfraces, las parodias, los edits, los soundtracks versionados… todo lo convirtieron los usuarios en viral. Es la prueba de que cuando el producto es potente, el fandom lo hace eterno.

Y Netflix lo entendió. Por eso apostó por colaboraciones con marcas, experiencias inmersivas (como el reality show) y una narrativa visual que no necesita traducción. El juego no era solo por dinero en la trama: también era una competencia por ser el contenido más replicable del mundo. Y ganaron.

Un legado que traspasa la pantalla

Más allá del éxito en streaming, El juego del calamar se convirtió en una fuente de inspiración para otras industrias. Desde líneas de ropa inspiradas en los uniformes, hasta videojuegos y experiencias inmersivas en parques temáticos, la serie demostró que una buena historia puede volverse una franquicia cultural. No solo marcó un antes y un después en la narrativa coreana internacional, también abrió camino para que producciones no angloparlantes dominen la conversación global. Hoy, El juego del calamar ya no es solo una serie: es una marca emocional y estética que redefine cómo se consume entretenimiento en la era digital.

Temporada 3: más hype, más presión

Ahora que llega la temporada 3, el desafío es distinto. Ya no es sorprender: es mantenerse. El morbo ya no basta. El público quiere más: más reflexión, más emoción, más impacto visual y más profundidad en los personajes. Pero si algo ha demostrado esta serie, es que entiende cómo jugar con nuestras emociones, y también con el mercado.

No es que nos guste ver sufrir. Es que nos gusta sentir intensamente, aunque sea a través del otro. Y eso, cuando se mezcla con marketing inteligente, crea algo más poderoso que una serie: crea una obsesión colectiva.


Échale un vistazo al trailer de la nueva temporada de El juego del calamar:


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