Una Noche en el Bar con Kenzo Takani: El Samurai del Origami y la Publicidad Japonesa
Estábamos en un bar de mala muerte en Shibuya, uno de esos antros donde el aire huele a desesperación y el whisky es más barato que el agua. La típica noche en Tokio, ya sabes. Entre tragos de sake y miradas perdidas al fondo de nuestras copas, se nos acerca un tipo delgado, con una camisa arrugada y ojeras que parecían testigos de crímenes atroces. «Kenzo Takani», se presentó, casi en un susurro, como si su nombre pesara más que su miserable vida.
Kenzo había trabajado en publicidad. Sí, esa jungla tóxica de gritos, deadlines imposibles y jefes con aires de dioses en miniatura. Nos contó que, durante años, había sido esclavo de una agencia japonesa que parecía más interesada en exprimirle el alma que en vender productos. «Pensé en tirarme de un edificio un martes cualquiera», dijo mientras hacía una pausa dramática para encender un cigarrillo. Pero no, no lo hizo. En su lugar, encontró un salvavidas que, de tan ridículo, solo podía ser cierto: el origami.

«¿Origami?», preguntamos entre risas, imaginando que su vida de papeles doblados era una metáfora de su cordura rota. «Sí, origami», respondió, con una seriedad que cortó el aire. «La única cosa que me impidió ponerme una bolsa en la cabeza o hacerme adicto al crack.» Nos miró como si estuviéramos demasiado lejos de comprender la brutal realidad.
Kenzo empezó a doblar servilletas frente a nosotros, con manos temblorosas de tanto café barato y noches de insomnio. Cada pliegue era como una confesión, un grito de ayuda camuflado en un cisne de papel. «Cada vez que mi jefe gritaba o un cliente rechazaba una idea, me encerraba en el baño y hacía origami. Es la única razón por la que no terminé comprando crack en las calles de Roppongi.»

Lo que siguió fue una lección magistral sobre cómo el arte de doblar papel puede evitar que un creativo publicitario acabe en una esquina con una soga en mano. “Podría haberme volado la cabeza, pero en vez de eso, hice una grulla. A veces dos, cuando el brief era una mierda», explicó mientras nos mostraba un pequeño tigre de papel que había creado en cuestión de segundos.

Nosotros, por supuesto, nos descojonábamos. Imagínate: un tipo tan roto que encuentra su único consuelo en doblar pedacitos de papel. Pero Kenzo no bromeaba. «El origami es todo lo que me queda. Mi agencia se fue a la mierda, mi esposa me dejó por un DJ, y el único ascenso que conseguí fue el de limpiar las lágrimas de los becarios», dijo, antes de terminar su trago de un solo sorbo.

Así que ahí estábamos, en un bar de Shibuya, compartiendo risas con un hombre que había visto el infierno publicitario y que había sobrevivido gracias al arte de doblar servilletas. Mientras Kenzo doblaba su último origami de la noche, un extraño unicornio de papel, no pudimos evitar pensar: ¿quién necesita terapia cuando tienes un hobby tan barato como este?
Brindemos por Kenzo Takani, el guerrero del origami y sobreviviente del campo de batalla publicitario. Aunque, si las cosas no mejoran, seguro lo encontramos la próxima semana vendiendo crack con ese DJ.
