Luis Moya
En el universo del cine contemporáneo, saturado de franquicias recicladas y remakes anodinos, el nombre de Guillermo del Toro actúa como un diferenciador de marca por sí mismo. El director tapatío ha logrado consolidar una imagen de autor único, con un estilo visual inconfundible, una narrativa íntima y una habilidad casi mágica para conectar emocionalmente con su audiencia. Su próximo estreno, Frankenstein, producido por Netflix y programado para 2025, no es solo una nueva adaptación del clásico de Mary Shelley, sino una operación de marketing emocional de alta gama. A través de este proyecto, del Toro no solo revive una historia conocida: también refuerza su posicionamiento como marca autoral y utiliza el marketing narrativo y afectivo como principal herramienta para generar valor.

Frankenstein, una marca literaria con potencial emocional
Desde su publicación en 1818, Frankenstein ha sido reinterpretado en más de 50 ocasiones en el cine, televisión y teatro. Lo que diferencia la propuesta de Del Toro no es solo la fidelidad al texto original, sino su intención de reconstruir la figura del monstruo desde la empatía, no desde el horror. En términos de marketing de contenidos, esto es un cambio de enfoque fundamental: la historia ya no gira alrededor del “monstruo”, sino de la humanidad y el abandono que lo construyen.
Guillermo del Toro declaró en una entrevista reciente que Frankenstein es una película profundamente personal, que ha vivido “en su cabeza desde que era niño”. Esta afirmación no solo habla de su vínculo artístico, sino que se convierte en una narrativa de marca. En un mercado donde el consumidor busca autenticidad, contar que esta historia ha sido una obsesión creativa desde la infancia aumenta el valor percibido del proyecto. No estamos frente a un producto más de entretenimiento: estamos ante la culminación de una historia personal.

Del Toro como marca: el director convertido en valor emocional
En la actualidad, los directores con identidad de marca clara son escasos. Del Toro se ha convertido en uno de esos pocos casos donde el nombre del realizador es tan potente como el título de la obra. Esta es una ventaja considerable desde la perspectiva del marketing cultural: el público no solo consume sus películas por la trama o los actores, sino por la firma del director.
En este sentido, Netflix aprovecha esa marca autoral para construir su campaña alrededor de la figura de Del Toro, igual que lo ha hecho anteriormente con Pinocchio, ganadora del Óscar a Mejor Película Animada. Así, el marketing no se basa únicamente en el “producto” (la película), sino en el capital simbólico que aporta el director: su sensibilidad, su estética, su trayectoria, su mexicanidad universal.

Casting estratégico y audiencia expandida
El elenco de Frankenstein es otro elemento cuidadosamente diseñado desde la óptica del marketing. Oscar Isaac como el Dr. Frankenstein, Jacob Elordi como la criatura y Mia Goth como Elizabeth Lavenza no son solo elecciones actorales: son decisiones estratégicas orientadas a captar distintos segmentos de audiencia.
Oscar Isaac conecta con un público adulto que lo reconoce por sus papeles dramáticos y su versatilidad. Jacob Elordi, conocido por Euphoria y Saltburn, atrae al público joven y a los seguidores del nuevo cine de autor. Mia Goth, ícono del cine de horror elevado, suma a los fanáticos del terror contemporáneo. Este trío garantiza una diversificación demográfica del público objetivo, maximizando el alcance de la campaña sin perder coherencia estética.
Estética gótica y retro como identidad visual
En el marketing audiovisual, la estética es clave para diferenciar un producto dentro de la saturación de contenido. Del Toro ha optado por un enfoque visual gótico, con tintes retrofuturistas, que recuerda a sus trabajos anteriores como Crimson Peak o El laberinto del fauno. Este estilo no es solo decorativo; es una forma de segmentar emocionalmente.
La audiencia que sigue a Del Toro no busca acción ruidosa ni efectos digitales genéricos. Busca imágenes que conmuevan, monstruos con alma, y una atmósfera que evoque tanto el pasado como lo imaginario. Esta estética se convierte en una herramienta de marketing diferenciadora que posiciona a Frankenstein no como “una más”, sino como una obra de autor dentro del catálogo de Netflix.

Marketing emocional: de la soledad al vínculo
Uno de los pilares más fuertes en la estrategia comunicativa del filme es el uso del marketing emocional. Del Toro ha declarado que esta versión de Frankenstein se enfoca en la soledad, la creación y el rechazo. Al presentar la historia desde una óptica afectiva, la campaña no se basa en el miedo, sino en la empatía.
En un mundo donde la salud mental, el abandono y la identidad son temas relevantes, la película conecta con las conversaciones sociales actuales. El monstruo ya no es un objeto de horror, sino un espejo emocional. Esta estrategia convierte a la película en más que una obra de ficción: la posiciona como discurso cultural.
Netflix y el modelo de distribución global
En términos de canal, la distribución exclusiva por Netflix no es un detalle menor. La plataforma aprovecha su alcance global para posicionar a Frankenstein como un evento cinematográfico internacional, pero desde la comodidad del hogar. Además, el algoritmo de recomendaciones permite segmentar la audiencia ideal y potenciar el descubrimiento del filme entre públicos que quizás no lo tenían en su radar.
Netflix también sabe utilizar su maquinaria de marketing digital: teasers, clips, posters, entrevistas y documentales complementarios. La campaña será gradual, anticipada y multiformato, lo que fortalece la narrativa de marca antes del estreno y genera un efecto de conversación global sincronizada.
El monstruo como metáfora de marketing
Frankenstein de Guillermo del Toro no es simplemente una adaptación más del clásico literario; es la manifestación de un modelo de marketing contemporáneo basado en la marca personal, el marketing emocional y la autenticidad artística. Del Toro no vende un producto, sino una experiencia emocional y estética coherente con su trayectoria.
Este enfoque muestra que incluso en una industria dominada por IPs millonarias y algoritmos, hay espacio para el cine de autor si se sabe comercializar con sensibilidad. En ese sentido, Frankenstein será tanto un fenómeno cultural como un caso ejemplar de marketing estratégico.
