Si pensabas que el sugar daddy era solo ese señor canoso de película que se llama Chadwick Von Bentley III y vive en un yate estacionado en Mónaco, bienvenido a México, donde tropicalizamos todo: los reality shows, el sushi con chamoy, y sí, también el sugar dating. Ahora el sugar daddy se llama Raúl, vive en Lomas, tiene una empresa de consultoría que nadie entiende y jura que no le paga a nadie, que solo “ayuda”.

Y no, ya no se esconde: lo encuentras en Instagram, en apps como Seeking, y hasta en los antros de moda dando shots de Don Julio 1942 a muchachas que apenas tienen edad legal para saber quién fue Julio César. Es la evolución del patrocinio emocional. Ya no es “te doy para que me acompañes”. Ahora es “te financio la carrera en el Tec si me dices mi rey tres veces al día”.

Si pensabas que el sugar daddy era solo ese señor canoso de película que se llama Chadwick Von Bentley III y vive en un yate estacionado en Mónaco, bienvenido a México, donde tropicalizamos todo: los reality shows, el sushi con chamoy, y sí, también el sugar dating. Ahora el sugar daddy se llama Raúl, vive en Lomas, tiene una empresa de consultoría que nadie entiende y jura que no le paga a nadie, que solo “ayuda”.

Y no, ya no se esconde: lo encuentras en Instagram, en apps como Seeking, y hasta en los antros de moda dando shots de Don Julio 1942 a muchachas que apenas tienen edad legal para saber quién fue Julio César. Es la evolución del patrocinio emocional. Ya no es “te doy para que me acompañes”. Ahora es “te financio la carrera en el Tec si me dices mi rey tres veces al día”.

¿Relación o transacción? Spoiler: es ambas

Olvida el amor romántico. Según datos recientes de Anthropology Today (2024) y la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), el 32% de jóvenes entre 18 y 28 años en zonas urbanas de México consideran el sugar dating como una “estrategia de movilidad social temporal”. Traducido del politiqués: es un curro emocional que paga más que trabajar en un call center por 6 mil pesos al mes.

Y es que la vida no está barata. Entre colegiaturas imposibles, rentas que compiten con las de Barcelona, y un salario mínimo que da risa (pero de nervios), mucha banda se pregunta: ¿por qué chingados no?

¿Moraleja? La relación sugar no se siente como prostitución ni como romance. Se siente como capitalismo afectivo versión deluxe. Tú pones la compañía, él pone el Airbnb en Valle de Bravo.

El sugar daddy como héroe postneoliberal

Hay quien lo ve como un símbolo de decadencia moral. Otros lo ven como una figura del nuevo pacto afectivo neoliberal: yo te mantengo, tú me das likes y algo de “presencia femenina”. No hay amor, pero sí una transacción simbólica donde ambos ganan. O eso dicen.

Para los más woke, el sugar daddy es un agente activo de la desigualdad. Para los más pragmáticos, es una solución funcional a un sistema que dejó de funcionar. Pero en el fondo, ambos saben que detrás de cada sugar hay un Estado ausente, un sistema educativo clasista y una idea muy aspiracional de éxito donde tener una Louis Vuitton prestada es más importante que tener salud mental.

¿Y las sugar babies? Reinas del nuevo contrato social

Antes las llamaban interesadas. Ahora las llaman estrategas. Y tienen claro que esta relación no se trata de amor verdadero, sino de ROI: Retorno de Inversión. Por cada brunch en el Cipriani, una foto. Por cada boleto al Corona Capital VIP, una story. Por cada transferencia, un emoji con carita enamorada.

Y ojo: no son víctimas. Muchas son estudiantes, creadoras de contenido, microinfluencers y hasta activistas del feminismo líquido que defienden su derecho a monetizar su tiempo y su imagen en un sistema que las precariza. La diferencia entre una sugar baby y un becario explotado en una agencia de publicidad es que una cobra en dólares y el otro con “experiencia para tu CV”.

Del deseo al delivery emocional

La antropología no juzga. La antropología explica. Y en este caso, explica cómo el deseo, la desigualdad y el capitalismo se fusionan en un smoothie de contradicciones éticas servido en copa de cristal. Aquí unos shots de realidad:

  • Deseo: No se desea al sugar daddy, se desea lo que representa: estabilidad, exclusividad, experiencia en el Prime Room de Palenque.

  • Desigualdad: No hay sugar sin gap económico. La diferencia de poder no es bug, es feature.

  • Capitalismo emocional: El afecto también se vende. Y se factura, si tienes RFC.

No hay engaño: todos saben a qué van. Y eso, paradójicamente, lo hace más honesto que muchas relaciones “por amor”.

¿Tropicalización o síntoma?

Lo que en Miami es un capricho de millonario aburrido, en México es una estrategia de supervivencia emocional. La cultura sugar se volvió tan normal que ya ni choca. Como el reguetón en misa o las chelas en la UNAM.

El sugar daddy no es nuevo, solo se actualizó con filtro de Instagram. En vez de pagar departamentos, ahora paga mensualidades de universidades privadas y tratamientos de skincare coreano. Es el mismo cuento de siempre: amor condicionado, afecto monetizado y un poco de hipocresía envuelta en Gucci.