Casi antes de los dinosaurios (o al menos así lo siento ahora), estaba yo dando mis primeros pasos en el glorioso y turbio mundo de la publicidad, ocupando un puesto de copy en Genomma Lab, uno de los laboratorios farmacéuticos más polémicos de América Latina y, probablemente, del mundo. Genomma Lab era básicamente una escuela de entrenamiento publicitario que parecía más un reality show de supervivencia creativa que una oficina.

📸 Elizabeth Waterman – Moneygame

📸 Kurtz Frausun – The Dark Side of Las Vegas
Al mando estaba nada menos que Rodrigo Herrera, ahora elevado a la categoría de «Vaca Sagrada del Marketing» gracias a ese show de tiburones donde empresarios le lloran mientras él los ve con cara de «eres un pendejo, pero te compro tu changarro». Pero en aquel entonces, era un semidiós con una insaciable colección de juguetes… y, sí, entre esos juguetes estábamos nosotros: un puñado de creativos de agencia cuya misión era venderle ilusiones a la gente con campañas de acné, hemorroides y pie de atleta. En resumen, hacer que un ungüento de farmacia sonara tan emocionante como un thriller de Tarantino.

📸 Elizabeth Waterman – Moneygame

📸 Kurtz Frausun – The Dark Side of Las Vegas
Éramos, en el mejor de los casos, sus action figures. 12 almas perdidas, con suelas baratas y egos inflados, tratando de no ahogarse en la piscina de nuestras primeras experiencias laborales, lanzando ideas que probablemente ni el becario de la competencia querría plagiar. La receta era simple: un grupo de publicistas júnior con un chingo de responsabilidad y, de paso, la misión de asistir a un evento en Las Vegas llamado NABSHOW. ¿Objetivo? Desarrollar criterio publicitario mientras fingíamos no estar completamente perdidos entre pantallas gigantes, tecnología innecesaria y promesas de futuro que sabíamos que nunca llegaríamos a aplicar en nuestras campañas de pomadas para rozaduras.

📸 Christian Lutz – Insert Coins
Ahí estábamos, en la puta jungla de neón que es Las Vegas, un lugar donde la publicidad y el vicio se mezclan con la naturalidad de un influencer vendiendo gotas para adelgazar. Hay que decirlo: Rodrigo nunca fue codo, y si algo sobraba eran los viáticos. Nos hacía sentir como rockstars… aunque de esos que llenan estadios solo cuando tocan en la feria del pueblo. Entre cenas absurdamente caras y tragos que costaban más que nuestro sueldo de becarios, fuimos aprendiendo que el marketing es, en gran medida, aparentar. ¿Y qué mejor manera de aplicar esa lección que quemando dinero en la única industria que entiende perfectamente ese concepto?

📸 Christian Lutz – Insert Coins
Así fue como, después de un día de eventos, stands tecnológicos y pláticas sobre el «futuro de la publicidad» que claramente no nos interesaban, se abrió la verdadera discusión:
—¿Qué pedo, chingón? ¿Vamos a un table?
La pregunta vino de mi buen amigo Jerry, el mismo que hoy es rockero profesional en Los Serpiants y que en ese entonces ya tenía la puntería infalible para tomar pésimas decisiones.
Yo, con la ingenuidad de un publicista recién salido del cascarón, pensé en mi novia y en lo mal que sonaba la idea. Pero Jerry insistió:
—¡Es Las Vegas, cabrón! ¿Qué puede salir mal?

📸 Elizabeth Waterman – Moneygame
Y así fue como terminamos en un lugar llamado SPARE MINT RHINO, un table dance tan fresa que parecía diseñado para los que creen que el striptease es una experiencia «elegante». Lo supimos en cuanto entramos y vimos que los bouncers parecían modelos de Hugo Boss en anabólicos, las bailarinas se movían con la frialdad de quien ya ha escuchado demasiadas promesas de matrimonio de turistas borrachos, y las botellas de champán costaban lo mismo que un riñón en el mercado negro.
Lo que sigue es un clásico de Las Vegas:
—¿Cuánto cuesta un baile privado?
—300 dólares, papito.
—Ah chingá, ¿me va a dar asesoría fiscal junto con el baile o qué pedo?
En menos de lo que toma decir «¿quieres abrir otra botella?», nuestros dólares se evaporaron junto con nuestra dignidad. Es un proceso tan rápido que parece un truco de ilusionismo: llegas con dinero, parpadeas y de repente solo tienes el recibo de la tarjeta y una stripper diciéndote que «te vio muy buena vibra».

📸 Christian Lutz – Insert Coins

📸 Kurtz Frausun – The Dark Side of Las Vegas
Plan B: La búsqueda del table dance de bajo presupuesto
Ya sin un peso en la bolsa y con el alma rota, Jerry y yo llegamos a la conclusión más obvia:
—Bueno, mi chingón, nos queda buscar algo más… “cultural”.
Aquí es donde entró en escena nuestra hada madrina, que en este caso era un taxi que olía a desesperanza y a filtro de cigarro mojado, conducido por una mujer despampanante… que, tras una inspección más cercana, resultó ser un caballero trans con la testosterona suficiente como para darnos miedo, pero el maquillaje lo suficientemente bien hecho como para que dudáramos de todo lo que creíamos saber de la biología.

📸 Christian Lutz – Insert Coins

📸 Kurtz Frausun – The Dark Side of Las Vegas
Este singular personaje, una especie de Priscila del desierto de Las Vegas, nos miró con ternura y dijo:
—¿Dónde van, chiquitos?
—Buscamos un table dance más… de NUESTRA ONDITA o al menos pal que nos alcance.
—Ah, yo conozco uno. Pero antes, ¿les gusta Luis Miguel?
—No importaba lo que respondiéramos, lo tocaba en su estéreo Pioneer con lucecitas. Al cabo de seis rolas, se pone melancólica y sincera para revelarnos la oscura verdad: que el Sol de México, el ídolo güero de un montón de mexas de raza color cartón, fue su amante, marido, dueño y pastor carnal durante un tórrido romance gay del que nunca le había contado a nadie… hasta hoy.
Pausa dramática.
Imagínate esto: estás en la parte trasera de una camioneta que parece salida de un secuestro exprés, conducida por un personaje digno de una película de Almodóvar, y de repente te dicen que fueron amantes de el Sol de México.
-Veniamos tranquilos mi chingon- me decia mi amigo Jerry

📸 Elizabeth Waterman – Moneygame
Obviamente, esta historia ya estaba destinada a volverse un clásico.
Según nuestro chófer de género fluido, allá por los 90, cuando Luis Miguel estaba en su era Romance, ella (o él, nunca aclaramos los pronombres) trabajaba como bailarina exótica y también como chofer de limosinas para artistas. Y, en una de esas vueltas por Las Vegas, terminó en una noche de excesos con Luismi, quien al parecer tenía una fascinación particular por las bailarinas con sorpresas y regalos al estilo ladyboy de Tailandia(Algo que nosotros también hemos aprendido a apreciar, como el sutil encanto del teatro kabuki o las maravillas de Las mil y una noshes).

📸 Christian Lutz – Insert Coins
La joya de la historia vino cuando nos contó que, una noche, mientras transportaba a Luis Miguel y su séquito, abrieron una botella de champán y el corcho salió disparado directo a su ojo. Con maquillaje corrido y lágrimas de dolor, le explicó a el Sol de México que si no podía bailar, no ganaría un centavo esa noche.

📸 Christian Lutz – Insert Coins

📸 Elizabeth Waterman – Moneygame
Luis Miguel, apenado y agradecido por su compañía, llamó a su equipo de maquillistas y le arreglaron el rostro como si fuera el regreso de Juan Gabriel. “¡La noche que hice más dinero en mi vida!” nos decía, mientras nos dejaba en un table dance donde 30 dólares sí nos durarían más de cinco minutos.
Y así terminó nuestra noche: en un antro de mala muerte, con el recuerdo de haber conocido a la exnovia (o exnovio) de Luis Miguel, y con la certeza de que el marketing y los table dances tienen una filosofía en común: el truco no es decir la verdad, sino contarla tan bien que te la crean… y paguen por ello.

📸 Christian Lutz – Insert Coins

📸 Kurtz Frausun – The Dark Side of Las Vegas
Si llegaste hasta aquí, bienvenido. Ya entendiste el truco del storytelling. Ahora dime, ¿qué historia vas a vender tú?
Moraleja: Cómo contar una historia con ganchos y humor negro
- Gancho inicial – Introduce la historia con nostalgia e ironía para enganchar al lector.
- Escalada de eventos – Lleva al lector de lo cotidiano a lo absurdo con detalles creíbles.
- Personaje sorpresa – Introduce a un personaje bigger than life que le da giro a la historia.
- Clímax inesperado – La anécdota de Luis Miguel y el corcho de champán lo es todo.
- Cierre con reflexión – Todo se conecta con una enseñanza de marketing.
¿Quieres aprender a contar historias que enganchen y vendan? sigue pendiente de las cosas que subimos a Tigrepop y pronto te comentaremos del curso que vamos a armar.

📸 Elizabeth Waterman – Moneygame