Escuchar podcasts se ha convertido en una afición casi adictiva para muchos de nosotros. Yo, por ejemplo, ya soy un adicto funcional, y uno de mis favoritos es La Pinche Complejidad de Nicolás Alvarado. El más agradable de los sujetos que habla como si trajera una biblioteca cargando y la supiera usar mejor que el chat gpt de un guionista de marvel. Su programa mezcla narrativa, ironía y análisis en dosis que deberían venir con prescripción. En un episodio reciente, se lanzó con una idea que me dejó dándole vueltas al cráneo: que al cine mexicano le hace falta acción.

Y ahí, con todo respeto, discrepo y aun que yo sea un vago huele pegamento en la esquina del oxxo me atrevo a debatirle.

No porque no lo admire (que lo hago desde la Dichosa Palabra), sino porque su comentario refleja una percepción muy extendida pero profundamente equivocada. Quien diga que el cine mexicano carece de acción probablemente no ha bajado al sótano del Videocentro cultural nacional, donde duermen cientos de películas repletas de madrazos, explosiones, justicia por cuenta propia y tiroteos con armas que nadie sabe cómo llegaron ahí.

La joya oculta del cine de acción mexicano

México siempre ha tenido cine de acción. Solo que nadie quería admitirlo. Porque no es el cine que gana festivales en Morelia ni el que se proyecta en funciones con vino espumoso y canapés. No. Es el cine que se vendía en VHS pirata en el tianguis, que pasaban sin censura a las 11 de la noche por Galavisión, o que tu tío grababa en EP desde Canal 9. Es cine sucio, violento, baratón y gloriosamente mexicano.

Ahí están los hermanos Almada, reyes del balazo, armados hasta los dientes con frases lapidarias y chalecos llenos de coraje. Valentín Trujillo, el Charles Bronson de Iztapalapa, repartiendo plomo a corruptos y narcos con el ceño fruncido de quien no necesita más motivación que el honor. Y por supuesto, Lola la Trailera, ícono absoluto que con su tráiler hace justicia y deja claro que en México también se puede hacer road movies con olor a Diesel y sangre.

¿El cine mexicano no tiene acción? ¡Vaya que la tiene! Lo que no tiene es memoria colectiva para aceptarlo como parte de su linaje.

Recomendaciones para los amantes del plomo nacional

Si te gustó Contraataque, esta película más reciente que muestra militares contra narcos sin pretensiones de complacer a Cannes, prepárate para estas joyitas de la verdadera acción mexicana. Puro VHS con olor a humedad y pólvora:

  1. Cazador de Asesinos (1981) – Valentín Trujillo en su fase letal. Político, policía, sicario con causa. Un clásico de venganza y violencia justificada por el guion más básico… y por eso mismo, tan efectivo.

  2. Ratas de la Ciudad (1986) – Los Almada en su zona de confort: justicia urbana, barrios marginales, escopetas recortadas, y un soundtrack que parece compuesto con sintetizador y cocaína.

  3. Lola la Trailera (1983) – Adorada por generaciones, es la mujer ruda del cine nacional que manejaba tráiler y metía patadas voladoras antes que cualquier heroína gringa. La versión mexicana de Fury Road, pero con menos CGI y más barrio.

  4. Perro Callejero II (1981) – Una crónica cruda de la delincuencia en los márgenes. No hay redención; solo golpes, persecuciones, y la caída libre de un tipo que la calle se tragó hace rato.

Estas películas no solo entretienen, construyen una versión del México ochentero que no verás en los libros de texto, pero que sí está tatuado en la memoria emocional del pueblo.

La influencia cultural del cine de acción

A veces olvidamos que fuimos educados cinematográficamente por el cine de permanencia voluntaria. Ahí donde la matiné te daba Depredador, Contact Sangriento y Karate Kid en el mismo combo. Donde aprendimos que el héroe no necesita un diploma de actuación si tiene con qué partirle la madre al villano.

Ese mismo ADN lo heredamos y lo tropicalizamos. En vez de junglas vietnamitas, teníamos baldíos en Chalco. En lugar de helicópteros Blackhawk, teníamos motonetas y camionetas Nissan sin placas. Pero la emoción estaba ahí: el cine de acción mexicano no imitaba; interpretaba su contexto con rabia y coraje.

Robert Rodríguez lo entendió perfectamente. El Mariachi es el hijo ilegítimo del VHS mexicano. No hay Desperado sin Ratas de la Ciudad. No hay Machete sin Lola la Trailera. El cine de acción a la mexicana no solo influenció a los chicanos, le dio forma a toda una estética de lo badass latino.

El plomo también es cultura

El cine mexicano de acción no se extinguió. Lo que pasó fue que lo escondieron en cajones polvosos mientras nos vendían la idea de que el único cine que vale la pena es el que tiene planos secuencia de gente llorando en silencio.

Pero si creciste con sueños de ser ninja, si alguna vez gritaste «¡A huevo!» viendo un tiroteo mal editado, si alguna vez pensaste que con una 9mm y una playera sin mangas podías arreglar el país… entonces este cine es tuyo.

Así que la próxima vez que alguien te diga que el cine mexicano necesita más acción, lánzale un DVD de «El Bronco de Culiacán» a la cabeza, o mejor aún, invítale una chela y ponle una de estas joyas. Porque si vamos a hablar de identidad, no hay nada más mexicano que un buen plomazo por justicia poética.