Hace unos meses en Tigrepop ya nos habíamos clavado en ese bonito invento del megaphone transparente, ese pedazo de acrílico que parecía sacado de un taller de plomería pero que nos mostraba cómo somos ratas de laboratorio pegadas al “infinite scroll”. Pues resulta que la adicción a tu teléfono no es un chiste de tío borracho en la comida familiar: está documentada, con bata blanca y papers que huelen a biblioteca cara. La pregunta es: ¿cómo demonios empezamos a confundir el TikTok con la vida real y por qué ahora nuestro cerebro se siente como Windows 95 cada vez que tratamos de concentrarnos?

Bienvenido a tu bipolaridad portátil

Un estudio reciente de la Universidad de California, San Francisco analizó a más de 9,000 criaturas entre 10 y 11 años (sí, esa generación que ya no juega a las escondidas porque es más divertido hacer un lip-sync de corridos tumbados). Los resultados: quienes pasaban más tiempo pegados a redes sociales, videojuegos y videos eran más propensos a mostrar síntomas maníacos. Y no, no hablamos de “me puse a limpiar toda mi casa de golpe”, sino de cosas pesadas como autoestima inflada, pensamientos acelerados, impulsividad y cero necesidad de dormir. Básicamente, el starter pack para terminar en un spin-off involuntario de Euphoria.

Kyle Ganson, doctor y académico de la Universidad de Toronto, lo resumió así: “hay que cultivar hábitos saludables de uso de pantallas temprano”. Traducción: si no quieres que tu morrito termine creyendo que es Bad Bunny a los 12 años, mejor bájale dos rayitas al iPad.

Un summit para decirnos lo obvio

En Nueva York, Verizon organizó el “Digital Wellness Summit” para el Día Global del Desenchufe. El CEO, Sowmyanarayan Sampath (sí, nombre de villano de Bollywood pero con traje corporativo), dijo que necesitamos un nuevo manual para sobrevivir a la era digital. Y tiene razón: nuestros papás nunca se enfrentaron a la tragedia de que tu hijo haga un berrinche porque su skin de Fortnite no se parece al de Ibai.

Dato bonito: según el Consumer Connections Report 2024, los morros pasan de 4 a 5 horas al día en redes, reciben entre 250 y 275 notificaciones y levantan el teléfono unas 150 veces diarias. O sea, más veces de las que tú levantaste la mano en toda la secundaria. Un cuarto de esas interrupciones suceden durante las clases. Spoiler: por eso tu sobrino ya no sabe dónde queda Uruguay.

Psicólogos con bata, padres con ansiedad

La doctora Keneisha Sinclair-McBride, psicóloga del Boston Children’s Hospital y profesora de Harvard (sí, otro nombre para asustarte con títulos), advierte que este uso enfermizo abre la puerta al bullying digital, al hate speech y a esa dulce sensación de que todo el mundo tiene mejor vida que tú porque su feed lo dice. En resumen: el teléfono es como un cigarro electrónico para la autoestima, bonito por fuera pero lento veneno en cápsulas de 4 pulgadas.

Y aquí la cereza del pastel: mientras los expertos recomiendan “establecer límites digitales”, todos sabemos que los papás terminan dándole la tablet al niño solo para poder cenar en paz. Así funciona la humanidad: preferimos un hijo adicto a los reels de perritos bailando que lidiar con los gritos en el restaurante.

El plot twist que nadie pidió

La verdad es que esto ya no es cuestión de si “los niños son el futuro” (spoiler: no lo son, al menos no si siguen en modo zombie). La cuestión es cómo dejamos que Silicon Valley nos vendiera dopamina a granel envuelta en notificaciones push. ¿La receta para el desastre? Una pantalla brillante + cerebro inmaduro = caldo perfecto para la ansiedad, el narcisismo y la atención de pez dorado.

Lo más irónico es que, mientras hablamos de “desintoxicación digital”, seguimos midiendo nuestro valor en likes. Queremos menos ansiedad, pero no soltamos el teléfono ni para ir al baño. Felicidades: la Matrix ya no necesita enchufes en la nuca, solo un plan de datos ilimitado.