El pasado 3 de mayo viví una experiencia inolvidable como colaborador en el área de marketing de la empresa donde actualmente trabajo. Por primera vez, una campaña en la que participé apareció en un evento televisivo de gran escala: la pelea del boxeador mexicano Saúl “Canelo” Álvarez. Para cualquier persona que se dedica a este medio, lograr que un anuncio llegue a un evento de esta magnitud representa un hito, pero también fue un momento revelador sobre cómo funciona hoy el espectáculo deportivo.

Desde el momento en que comenzó la transmisión, me invadió una mezcla de orgullo y asombro. Ver nuestro anuncio en pantalla, compartiendo espacio con marcas internacionales y apareciendo frente a millones de espectadores, fue una validación del esfuerzo y la estrategia detrás de cada decisión de la campaña. Sin embargo, mientras avanzaba la velada, empecé a notar algo que me sorprendió: el protagonismo no lo tenía el boxeo, sino la publicidad.

La pelea, que debía ser el evento central, se convirtió en un escaparate masivo de marcas. Desde las esquinas del ring hasta los uniformes de los peleadores, pasando por las vallas electrónicas y los cortes comerciales, todo estaba cubierto de logotipos. Incluso los comentaristas, en lugar de centrarse en la acción del combate, hacían constantes menciones a patrocinadores, integrando promociones en sus intervenciones como si fueran parte del guion.

Como profesional del marketing, entendí el valor económico que esto representa. Cada mención, cada segundo en pantalla, cada logotipo visible significa ingresos y posicionamiento. Pero como espectador, me quedó la sensación de que el deporte estaba en segundo plano. La pelea, que debía ser un espectáculo de habilidad y pasión, se sintió casi como un vehículo para la exposición publicitaria.

Esta experiencia me dejó una doble reflexión. Por un lado, me llena de satisfacción saber que mi trabajo contribuyó a que nuestra marca llegara tan lejos. Por otro, me hace pensar en el equilibrio entre el contenido y la publicidad. ¿Dónde trazamos la línea? ¿Hasta qué punto podemos intervenir en un evento sin quitarle autenticidad?

Sin duda, este 3 de mayo marcó un antes y un después en mi carrera. Fue una noche de orgullo profesional, pero también una invitación a reflexionar sobre el rol que jugamos como mercadólogos en el mundo del entretenimiento.