En una plataforma dominada por thrillers, comedias románticas y series internacionales, “Harta” aparece como un puñetazo al pecho. La reciente película documental de Netflix no pretende entretener, sino despertar. Dirigida por Mariana Arriaga y Santiago Arriaga, esta producción mexicana da voz a una realidad que muchas mujeres viven, pocas denuncian, y demasiadas ignoran: la violencia de género.

El título no deja lugar a dudas. “Harta” es más que una palabra; es un estado emocional colectivo. Harta de tener miedo. Harta de callar. Harta de ser ignorada. A lo largo de 82 minutos, el filme se convierte en un megáfono para esas emociones silenciadas, mediante el testimonio de adolescentes mexicanas que relatan, sin filtro, su experiencia con el acoso, la misoginia y la discriminación.

A medio camino entre el documental y la ficción performativa, “Harta” se estructura como un manifiesto audiovisual. Las jóvenes protagonistas no son actrices, son víctimas reales que escriben sus propios monólogos. Con cada palabra, con cada mirada a cámara, interpelan directamente al espectador, generando un efecto de incomodidad que, lejos de ser un defecto, es el mayor acierto del filme.

Visualmente, la película recurre a una estética minimalista, íntima y poderosa. Primeros planos que no dan tregua, locaciones neutras que simbolizan cualquier lugar de México, y una dirección de arte que huye del dramatismo barato para enfocarse en lo esencial: la voz de las jóvenes. La música, compuesta por la artista mexicana Silvana Estrada, es otro de los pilares emocionales del filme. Sus acordes suaves pero dolidos acompañan con precisión quirúrgica cada testimonio.

Lo más impactante de “Harta” no es su contenido explícito porque en realidad no lo es, sino lo cotidiano de sus relatos. Las chicas hablan de lo que ocurre en la escuela, en el transporte público, en la casa. No hay necesidad de mostrar sangre o violencia física para retratar el daño sistémico que sufren. La normalización del acoso, los silencios cómplices, la revictimización. Todo está ahí, sin maquillaje.

Además del impacto emocional, “Harta” tiene un valor educativo incuestionable. Es una herramienta para abrir conversaciones necesarias en escuelas, hogares y espacios de toma de decisiones. No sólo denuncia, también propone: empoderar a las jóvenes desde la palabra, fomentar redes de apoyo, y visibilizar que el feminismo no es una moda, sino una urgencia.

La recepción ha sido polarizante, como era de esperarse. Para algunos sectores conservadores, la película es “incómoda” o “innecesaria”. Pero esa incomodidad es precisamente el termómetro de su impacto. Porque si una película logra remover, sacudir y provocar conversación, ha cumplido su cometido.

“Harta” no es perfecta. Algunos podrán señalar que cae en momentos de repetición o que podría ahondar más en soluciones estructurales. Pero su fuerza no está en la técnica, sino en la verdad que transmite. Y esa verdad no necesita adornos.

En un México donde las cifras de feminicidios y violencia siguen siendo alarmantes, “Harta” se vuelve un documento urgente. No como archivo, sino como acción. Como espejo. Como grito. Un grito que, gracias a Netflix, ahora tiene eco global.

Y tú, ¿ya estás harta de mirar hacia otro lado?