Nadie sabe con exactitud en qué momento nació Tigre Pop. Algunos dicen que fue una noche de insomnio y cafeína en exceso; otros aseguran que fue el resultado de una especie de colapso nervioso creativo. Lo cierto es que fue un accidente, un error de sistema que se salió de control. Una idea pequeña, absurda, medio ilegal, que se transformó en una revista digital capaz de irritar a medio mundo. Tigre Pop no se fundó con dinero, ni con un plan maestro, ni con gente que supiera lo que hacía. Se fundó con rabia, con cansancio y con la sensación de que todos los medios se habían vuelto iguales: planos, dóciles, domesticados. Y cuando todo parecía demasiado pulcro, decidimos ensuciarnos las manos. Queríamos ver qué pasaba si alguien creaba un medio que oliera a cigarro, a error tipográfico y a madrugada. Así nació esta cosa rara, este Frankenstein editorial que unos aman, otros odian, y todos miran con curiosidad morbosa, como quien ve un incendio desde su ventana.
Suscríbete para obtener acceso al ARTÍCULO COMPLETO
Lee más contenido de este tipo suscribiéndote hoy mismo.
