Cuando un estudio como Disney anuncia una nueva adaptación live-action, las redes sociales colapsan: hay emoción, hay nostalgia… y hay polémica. ¿Estamos frente a una forma moderna de rendir homenaje a los clásicos o a una fórmula comercial que exprime lo que ya funcionó? La respuesta parece estar en cómo se venden estos proyectos, no solo en cómo se hacen.

Porque si algo han dejado claro los últimos años, es que los remakes no fracasan (ni triunfan) solo por su historia, sino por cómo son presentados, promovidos y posicionados ante una audiencia que ya no se deja llevar solo por la magia del logo de Disney.

La nostalgia como campaña… hasta que se agota

Desde el primer tráiler de La Bella y la Bestia en 2017, quedó claro que el marketing de los live-action se basa en un sentimiento poderoso: la nostalgia. Los avances musicales, los planos calcados, los posters que imitan los de los 90’s… todo está diseñado para reactivar tu memoria emocional. Y funciona… al principio.

Pero la fórmula empieza a mostrar grietas cuando esa nostalgia no va acompañada de una propuesta nueva. Si la película no ofrece nada que justifique su existencia más allá del recuerdo, el público lo nota y responde con indiferencia (o con hate). Basta ver la reacción a Pinocho, Peter Pan y Wendy o Blancanieves que pasaron sin pena ni gloria.

Cuando el marketing promete lo que la película no entrega

Una de las grandes fallas ha sido la disonancia entre el discurso promocional y el producto final. Por ejemplo, Mulan (2020) fue vendida como una reinterpretación más realista, sin canciones ni Mushu, enfocada en el honor y la acción. Sin embargo, terminó siendo una película sin alma, sin peso emocional y con efectos visuales cuestionables.

El resultado: millones invertidos en campañas globales y una recepción tibia. Porque no basta con cambiar elementos clave para decir que estás innovando. El público actual, más exigente y conectado, detecta cuando se cambia solo por marketing y no por intención narrativa.

Aciertos que sí conectaron (y por qué funcionaron)

No todo ha sido error. Cruella (2021) es el ejemplo perfecto de cómo usar un personaje clásico para contar una historia nueva, con identidad estética propia y una campaña de marketing que apostó por lo visual, lo rebelde y lo aspiracional. No vendieron nostalgia, vendieron evolución. Y funcionó.

También Aladdin (2019) sorprendió a muchos: aunque su marketing estaba enfocado en el factor “Will Smith como el Genio”, supo equilibrar homenaje con frescura, e incluso fortaleció personajes como Jasmine. La campaña combinó teaser nostálgico con clips musicales energéticos, y la taquilla respondió.

El error más común: pensar que la marca es suficiente

Uno de los tropiezos más repetidos es confiar ciegamente en que “como es Disney, va a vender solo”. Pero 2025 no es 1995. Hoy el público quiere sentir que su dinero y su atención valen algo. Si los materiales promocionales parecen genéricos, si los trailers no muestran emoción o si el casting parece más una estrategia de TikTok que una decisión creativa… el hype se cae antes del estreno.

Y cuando el contenido no tiene alma, el marketing termina haciendo el trabajo pesado. Pero incluso la mejor campaña no puede ocultar una película vacía.

¿Qué nos dice todo esto?

Los live-action no están condenados al fracaso. Lo que está en juego es cómo se cuentan y cómo se presentan. El marketing ya no puede depender solo del factor “te acuerdas de esto, ¿verdad?”. Hoy, tiene que responder a una pregunta más importante: “¿por qué vale la pena volver a verlo?”.

Cuando la campaña entiende eso y lo comunica con claridad, el homenaje se siente genuino. Y si además la película cumple, el ciclo se cierra con éxito.


Conoce un poco de los peores y mejores live action de Disney que existen actualmente:


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