En 1975, BMW no solo estaba vendiendo coches: estaba vendiendo velocidad, estilo bávaro y una cuota bien dosificada de arrogancia teutona. Y como todo fabricante con ínfulas de eternidad, decidió embriagarse con el arte. Así nació el primer BMW Art Car, una colaboración que suena como una broma de mal gusto entre ejecutivos publicistas y un artista plástico: ¿Y si alguien pintara uno de nuestros coches como si fuera una escultura de museo? Spoiler: funcionó.

La víctima perfecta para esta locura fue un BMW 3.0 CSL, ese coche con nombre de contraseña de computadora que era una bestia en las pistas europeas y un fetiche sobre ruedas para la élite setentera. ¿Y a quién escogieron para transformarlo? Nada menos que Alexander Calder, el padre de los móviles cinéticos. Sí, ese tipo que colgaba esculturas con forma de bacterias gigantes en los museos más finos del mundo, y que tenía una fijación enfermiza con el movimiento.

Alexander Calder never drove the original BMW Art Car he painted in 1975. In 2025, BMW Classic builds the “Artist’s Proof”—a fully drivable replica of the iconic 3.0 CSL. A moving tribute to motion itself.

Un artista del movimiento… que nunca lo manejó

Calder, con su ojo para el dinamismo y la forma en movimiento, parecía hecho a la medida para intervenir un coche. Y así lo hizo: transformó el CSL en una obra rodante con explosiones de rojo, amarillo y azul primario. Un monumento pop que más que coche parecía un juguete para dioses modernistas con exceso de cocaína.

Pero la tragedia se coló en el cuento. Calder murió en 1976, un año después de completar su creación, sin haber podido conducir jamás el auto que él mismo transformó. Sí, el hombre que entendía el movimiento como nadie, murió antes de sentir la vibración del motor que llevaba su firma en cada trazo.

La resurrección con sentido (y un poco de marketing emocional)

Ahora, en 2025 —justo 50 años después— BMW Classic ha decidido enmendar ese crimen poético. Con la misma delicadeza quirúrgica con la que los alemanes hacen relojes que también sirven como calculadoras, recrearon un segundo 3.0 CSL idéntico al original, con una salvedad: este lleva el sufijo “/AP”, que significa Artist’s Proof. Traducido al lenguaje del arte: una copia oficial con alma.

No estamos hablando de un auto “inspirado en”, ni de una réplica de Hot Wheels agrandada con esteroides. Estamos hablando de una reconstrucción pieza por pieza, motor por motor, vin por vin. Este nuevo CSL no solo tiene el diseño exacto que Calder pintó, sino que además lleva el mismo motor inline-six de 480 caballos, lo cual lo hace tan salvaje como estéticamente vibrante.

Pero no lo vas a ver derrapando en Nürburgring

Antes de que empieces a imaginarlo corriendo contra Ferraris en TikTok, mejor relájate. Aunque es completamente funcional, este coche no está hecho para correr, sino para mirar. Como ese amigo guapo que sabes que no puedes tocar porque está casado con el arte.

La intención de BMW es clara: convertir el Artist’s Proof en una pieza de museo, una pieza que Calder, en algún plano de la existencia, quizá pueda ver desde arriba mientras se carcajea con Warhol y Haring, quienes también dejaron su huella en futuros BMW Art Cars.

¿Por qué importa tanto este coche?

Porque es una obra de arte que respira gasolina. Es el punto de partida de una colaboración entre marcas y artistas que hoy parece cosa normal, pero que en 1975 era revolucionaria. Este coche es el proto NFT, el ícono antes del metaverso, la obra física que se mueve a 250 km/h y que aún así logra ser más artística que la mitad de los cuadros que cuelgan en ferias de arte de Miami.

Es también un homenaje tardío, pero justo. Es Calder teniendo, aunque sea en espíritu, el viaje que nunca hizo. Es BMW diciendo: “Oye, lo entendemos, y gracias”.