Nuestra amada y a la vez odiada Barbie, icono moribundo de una era que ya apenas y saboreamos, como quien deja de fumar por que ya lo ven feo los millenias progresistas que opinan que fumar mata  vaquillas marinas. Una época donde la bella rubia era nuestra representación de la diosa venus, se aferra como puede a seguir existiendo en un mundo donde las niñas pasan más tiempo pegadas a sus celulares que interactuando con un mundo real.

Lo que hace mattel es claro y en cierto modo cargado de una decadencia poética fantástica y hermosa: aferrarse a lo muerto que amamos para no morir y recibir nuestro amor  pero sobre todo nuestro dinero. Bowie tenía un significado para nosotros que estaba más allá del plástico pero siendo enteramente de plástico. La empresa juguetera quiere el apoyo existencial y monetario de aquellos que aun sentimos una atracción mítica por la muñeca  revolviendo su suave piel de fantasia con la magia de el amo de las black stars.

Es fantástica, enloquecedora y por supuesto un objeto coleccionable que estará en las galerías de todos aquellos que creemos que cuando algo es de tan mal gusto automáticamente se convierte en algo excelente gusto.