Imagina esto: estás teniendo un ataque de pánico en la estación del metro Hidalgo. Todo te huele a humedad, ansiedad y fracaso generacional. Te asomas a las vías y piensas en lo peor. Pero entonces, como un ángel con delay y reverb, suena una canción de Andy Zebeya en el random de tu reproductor. Y no sabes por qué, pero no te lanzas. Te quedas ahí. Respirando. Llorando bajito. Pensando que quizás la música sí puede salvarnos. Aunque nunca sepamos cómo.
Porque si alguien está creando himnos para quienes sienten que se están desarmando en silencio, es Andy Zebeya.

La voz rasposa de la ternura incómoda
Andy Zebeya es como si Björk hubiera crecido en Cuernavaca, entre terapias psicológicas y tutoriales de Ableton en YouTube. Su música es melódica, experimental y sí, rasposa: porque aún no ha “perfeccionado” un estilo cómodo, y por eso se siente tan auténtica. Como los primeros demos de alguien que está a punto de romperla. Suena a verdad sin filtro, a diario íntimo grabado con delay, a post-pop desde un cuarto forrado con luces LED y expectativas rotas.
Sus rolas no son de esas que pones para levantar la fiesta; son para cuando ya se te cayó el alma al suelo y estás recogiendo los pedazos con un vaso de licuadora. Ahí entra Andy. No para curarte, sino para decirte que también duele, que también se vale estar mal… y que igual se puede hacer arte con eso.
¿Quién demonios es Andy Zebeya?
Esto es lo que ella misma dice en Spotify (y sí, le creemos):
“Andy Zebeya es una cantautora de 22 años originaria de Cuernavaca, Morelos. Comenzó su carrera aprendiendo de forma autodidacta a producir In the Box. Todos sus proyectos nacieron en su cuarto, que con el tiempo se transformó en su estudio de grabación. Presenta su álbum debut Andy no existe. Se expresa a través de sus composiciones con el objetivo de encontrar magia en la cotidianidad. Disfruta experimentar con nuevos sonidos, instrumentos y voces, evolucionando continuamente. Su pasión por el arte audiovisual influye en su propósito de hacer una fusión entre la realidad y lo multidimensional para transmitir emociones, recuerdos, reflexión, inspiración y amor.”
Sí, lo sabemos. Suena muy bonito. Pero no es palabrería vacía. Escúchala y verás que todo eso que dice se le desborda por los poros.
Un lugar entre Desire y el post-pop emocional
Si te gusta Desire, College, Yumi Zouma, The Blaze o El Último Vecino, Andy te va a volar la cabeza. Pero no por imitar: por generar una atmósfera que mezcla lo íntimo con lo cósmico. Sus canciones son cápsulas de sensibilidad en una era de algoritmos narcisistas. Es música para escuchar con audífonos, mientras ves llover por la ventana y te preguntas si deberías volver a terapia o mejor escribirle a tu ex.
Tiene una voz frágil pero poderosa. Como si te cantara alguien que te conoce desde la infancia y aún así no te juzga por haberte hecho emo en 2023.
¿Por qué deberías escucharla ahora?
Porque estamos hartos de lo plástico, de lo predecible, de lo que suena a fórmula de TikTok. Andy Zebeya viene desde Cuernavaca a recordarnos que la música puede ser un refugio, un abrazo sin manos, una conversación con uno mismo en clave de Fa sostenido menor.
Además, su disco Andy no existe es un gran título para estos tiempos en que nadie se siente real, todos fingimos en redes y cada día queremos existir un poquito menos.
Y si nada de esto te convence, al menos pásale su música a alguien que sabes que está pasándola mal. Nunca sabes cuándo una canción puede evitar una tragedia.