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Así empezó todo: un WhatsApp, una invitación misteriosa y la promesa de escribir el horror que nos desvelaba en plena madrugada. ¿Los participantes? Un grupo de cinco seres aparentemente cuerdos, gente seria, con trabajos tan impecables como inusuales para este giro oscuro: un conserje de hospital, un productor de tele, otro de cine, un mercadologo de una gran empresa y hasta un metrólogo político. ¿El nexo? Todos, de alguna manera, conocíamos a hurón, esa figura esquiva que logró juntarnos para jugar al cadáver exquisito más macabro que jamás habíamos imaginado.
El proceso fue simple y diabólico a la vez: cada uno debía volcar en un capítulo esos terrores que le rondaban la cabeza y que nunca se atrevería a confesar en una cena familiar. Cada capítulo fue un vómito de obsesiones, un despliegue de los miedos más profundos que, poco a poco, comenzaron a entretejer una historia tan perturbadora que ni nosotros mismos podíamos leerla sin mirar por encima del hombro.
¿El resultado? La Casita del horror es mucho más que un libro; es una experiencia tan oscura como un pacto en la medianoche, un reto a nuestra propia cordura y un escape del aburrido universo de Excel, campañas publicitarias y estrategias de mercado. Cada palabra tiene la esencia de quienes, por unas páginas, dejaron de ser adultos responsables y se entregaron al terror como si fuese una segunda juventud.
Si eres de los que creen que el horror solo vive en las películas de bajo presupuesto, prepárate, porque La Casita de Terror te va a dar esa sacudida mental que no sabías que necesitabas. Te invitamos a entrar en esta casa, a recorrer sus páginas y a preguntarte si realmente estás solo cuando cierras el libro… porque, spoiler, puede que no lo estés.